No era flaca ni gorda, pero por su colon irritable, casi todos los días, ya cerca de las doce estaba bien hinchada. Y a esa hora aseguraba ser una obesa mórbida.
¡Me voy a comer un ajo al día hasta que adelgace es mi nueva dieta y no la voy a dejar!me gruñó, con ese tono de voz que usaba cuando estaba a la defensiva.
¿Pero y crees que vas a adelgazar? Le pregunté. Yo diría más bien que vas a quedar sola, porque el olorcito lo sentí hasta antes que entraras a la oficina, le recalqué, y te diré que es bien desagradable.
Pasó una, dos semanas, pero no cambiaba nada, no llegaba a acostumbrarme al olor.
¡Tienes que comerte un ajo también, me dijo mi madre, así no sentirás el olor de ella y te acostubmbrarás...
¿Qué? - le dije-, ¡Mamá... si ella huele así, pues yo no quiero andar con ese olor en la piel, y ni te imaginas su aliento!
Pero las cosas iban de mal en peor, pues la chica, seguramente dándose cuenta de mis expresiones de desagrado -muecas que era difícil disimular- y seguramente porque en otros lados se encontraba con las mismas caras de repulsión, comenzó a ponerse colonia en abundancia.
¡Ni se imaginan la mezcla de olores!, casi quedaba peor, pues el ajo segía predominando con fuerza por sobre el olor a violetas.
Menos mal que estaba medio día en la oficina-, me decía a mi misma entre dientes, dándome ánimo y esperando que esta situación se terminara. Pero también pensaba que este asunto se complicaría más aún cuando llegara el calor de diciembre, cuando transpirara, y la ventana abierta junto a mí ?por la que no entraba una brisa- no fuera suficiente para cambiar el aire.
Como consecuencia, ella estaba hedionda no había duda alguna y al parecer su deseo de adelgazar era más fuerte que el desprecio de los que tenemos olfato sensible. El olor se fue con su partida a fin de año y no llegué a saber si realmente bajó kilos.
No voy a discutir si el ajo sirve o no, tampoco les dirés que no lo hagan, menos les puedo asegurar que el olor se disimula, pero esa investigación se las dejo a ustedes.
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