domingo, 15 de mayo de 2016

Mirando los cordones de mis zapatillas


Nunca he tenido muchos zapatos con cordones, la mayoría han sido con cierre, hebillas, cierre velcro, elástico, o embutidos así como los zuecos o puntillas. Siempre fueron mis zapatillas de gimnasia o zapatillas de lona para el verano las que tuve que atar.
Quién me enseñó? Imagino que mi madre.
Cómo me perfeccioné? Amarrando los cordones de zapatos de mis compañeros en el kinder, es algo que llevo demasiado grabado como para que se me olvide. Creo que en este arte fui bastante precoz, pues la tía del Kinder del Colegio Alemán de Puerto Montt -Tante Karin- normalmente me llamaba para solucionar todos los casos de cordones sueltos, y por supuesto, tenía que darle a cada compañerito o compañerita un pequeño curso de lo que a todos les parecía lo más difícil, atar la rosa. Hasta ahora la rosa que más me gusta y me define es la rosa de dos nudos. nunca se salen los zapatos, y para sacarlos simplemente hay que pisar el talón con el otro pie y tirar... quién tiene tiempo que perder para estar desatando algo hoy en día?
Así andaba mi vida, sin darle imortancia a este tema tan cotidiano e intrascendente de andar con los zapatos bien amarrados, hasta que como a mis 14 años llegó a vivir una nueva familia a la casa del lado, unos canadienses que no tengo muy claro de dónde venían y qué hacían. Entre ellos un niñito que no debe haber tenido más de 4 o 5 años y que se hizo amigo de mi hermano menor Adrián. Hasta allí nada raro, cosa cotidiana que los niños se hagan amigos, pero todo cambió un día que le vi los zapatos. Toda la cotidianeidad del atar cordones desde mis 4 o 5 años, se quebró en mil pedazos. Me di cuenta que las dos maneras típicas, fáciles y tradcionales que yo usaba no eran nada comparado con ese tejido a telar que eran los zapatos de este niño.
Por supuesto que como siempre me han gustado las manualidades y todo lo que tenga que ver con saber cómo se hacen las cosas y ver el lado revés de todo, le pedí a este niño -que no recuerdo cómo se llamaba, de nombre extraño imagino- que se quitara los zapatos, que los desatara y se los volviera a poner. El en su español de 3 palabras se rió e hizo una exclamación como señalando que ésto era "very easy", por lo que me dediqué a mirar en detalle cómo lo hacía.
Sus manos desataron largos y gruesos cordones de dos colores diferentes y al final pareció quedar de una de las maneras en que normalmente ataba yo las tennis de caña alta, pero al mirar bien, me di cuenta que los cordones sólo venían, no iban de vuelta, todo un desafío para la curiosidad. Luego se puso nuevamente el zapato y comenzó a tejer este telar a dos colores que quedó bellísimo... y la rosa? Esa que costaba tanto hacer a los niños de su edad? No había nunguna, es más, no había punta de cordones, cómo pudo hacer eso... dónde estaban, al principio, al medio o al final... no pude saberlo.
Luego pasó el tiempo y la vida, y seguí atando de las dos o tres maneras fáciles los cordones, no obstante ello, me ha tocado ver muchas veces en la vida maneras diferentes de amarrarlos, más fáciles o más difíciles, más apretadas o más decorativas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario