domingo, 15 de mayo de 2016

EL CINE, para un nuevo aniversario un regalito de mi vida


Parece que Puerto Montt fue por muchos años una especie de cementerio de las películas, el fin del camino después de recorrer todo Chile, pues cada vez que llegaba una, su deterioro era evidente: estaban llenas de rayones, salpicaduras, con pelusas e incluso muchas veces cortadas... así conocí yo el cine, en el final del camino hacia el olvido.
Sin embargo cuando había un estreno, todos queríamos ir al "Cine Rex de Puerto Montt".
Hoy ya no existe ese lugar sucio y viejo, pero tan especial en nuestra ciudad, pues éste también murió, por muchas razones, entre ellas por la aparición del video, pues las películas demoraban tanto, pero tanto en llegar en esa época, que si esperábamos unas semanas más, podíamos verlas cómodamente en la casa formato VHS -al lado de la estufa- en vez de mojarnos para ir a ese cine, pasar frío en una sala que pocas veces se llenaba (penaban las ánimas), que por lo general exhibía películas para adultos y cuando llegaba una película para nuestra edad, íbamos en grupo a divertirnos y ensuciar el suelo de maní o palomitas de maiz (ahora llamadas Pop Corn) y rascarnos por las picaduras de alguna pulga que iba pasando por ahí.
Creo que la única vez que estuve en nuestro "Cine Rex" repleto, fue la primera vez que vi una película en pantalla grande, cuando tenía apenas cuatro años, estaba en pre-kinder en el Colegio Alemán y por supuesto el cine ya era muy viejo.
La película... bueno era una infantil, argentina, se llamaba "Antiojitus" y era de dibujos animados, una de las pocas infantiles que llegó en mucho tiempo a nuestra ciudad. Ese día fuimos todos los cursos pre-básicos del colegio a nuestro debut como cinéfilos.
Para mí el cine no fue ninguna maravilla o milagro, pues conocía desde siempre la televisión, y aunque ésta era en blanco y negro en esa época, el color no me asombró, pues las revistas de "monos" siempre tuvieron colores.
Recuerdo que caminábamos ordenadamente por platea baja -sí había platea alta... eso que casi ya no existe en nuestros cines ahora de salas pequeñas-, en fila india, todos tomados de la mano del compañero, para no perdernos en el cine atestado de escolares ruidosos de diferentes edades. Los niños de otros colegios nos miraban con burla por el procedimiento de no soltarnos de los demás. Como siempre, los más pequeños reciben las burlas de los que ya se creen adultos.
Nos sentaron en la hilera del centro. La tía Paty nos contó uno por uno varias veces, como si fuéramos un rebaño de corderitos, como si alguno de nosotros no estuviera ya sentadito en las butacas tan grandes y viejas, temerosos de estar en este lugar viejo y desconocido.
Después nos tocó esperar que se apagaran las luces; me daba un poquito de miedo pensar que quedaría a oscuras, la "Tante" (tía) nos advirtió que no lloráramos, que el cine era a oscuritas, pero nos iba a iluminar un poquito la luz de la película.
Antes de la oscuridad total, me concentré para grabar en mi mente cuanto me rodeaba: al frente había una larga cortina de terciopelo desteñida, raída y empolvada por el tiempo, que no lograba cerrarse completamente, por la rendija del centro, lograba ver un pedazo del telón blanco, había muchísimas butacas todas juntitas, se veía todo tan grande... Pero lo que más me gustó era que el cine tenía dos pisos, la platea, donde estábamos y la platea alta que sólo lograba ver como un balcón con gran cantidad de muchachos, amontonados haciendo colgar sus cabezas, y me daba la sensación que en cualquier momento podrían caer sobre nosotros.
Los niños de platea alta, mucho mayores que nosotros y seguramente acostumbrados a esperar en el cine, comenzaron a fabricas avioncitos con las hojas de sus cuadernos y lanzaban sus naves al cielo del cine Rex, los que volaban, daban vueltas y caían en nuestra platea. Yo miraba maravillada hacia las alturas, era como los volantines de septiembre, cientos de aviones volando hacia todos lados.
Me paré arriba de la butaca, en equilibrio casi cayéndome y comencé a saltar para atraparlos, y cuando conseguía alguno, no los lanzaba de vuelta como mis demás compañeros, sino que los guardaba para mí, para aprender a hacerlos.
Recuerdo que la tante Paty me dijo que estaban "sucios", que los botara, pero no le hice caso, pues para mí eso no importaba, eran demasiado maravillosos como para deshacerme de ellos, si volaban solitos, yo quería hacerlos volar pero recuperarlos. Por supuesto que ya está claro que nunca antes había visto aviones de mentira y que volaran de verdad. Para mi corta edad fue un descubrimiento inolvidable.
Después se apagó la luz y todos gritamos, entonces el blanco e inmenso telón del Cine Rex de Puerto Montt se llenó de luz y movimiento. Había comenzado mi primera película.
Gabriela Quintana Rüedlinger
(c) Cuento Registrado en Derecho de Autor, Santiago año 1998 en un compilado, bajo el título "Cuentos de mi Infancia", prohibida su utilización sin citar autoría.

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