Nunca podré olvidar ese día, aquel día en que él llegó feliz con sus lentes de contacto café.
¿Por qué del mismo color de tus ojos?, le pregunté.
Porque me dan un brillo especial, me dijo.
Era extraño, nunca pude acostumbrarme a sus nuevos ojos, cada día esperaba que se olvidara ponerse los otros ojos, y que viniera con los de antes, con los reales.
Cómo poder decirle sin ofenderlo, que después de que se puso esos lentes de contacto café, había sido como si su cara entera hubiera dejado de tener vida, era como si toda su espontaneidad y expresión quedaran atajados detrás de esos plásticos de colores.
En ese tiempo ya le había perdido la confianza, y con mayor razón ahora que se escondían de mi vista aquellos gestos que delataban sus ojos y que tan bien sabía yo leer, la manera que yo tenía de saber si decía la verdad o estaba mintiendo. Ahora ya no podía saber qué pensaba, si estaba feliz o su sonrisa era forzada.
El ceño arrugado detrás de los lentes café es lo único que recuerdo hoy de aquella persona de ojos prisioneros donde la verdad no brilló nunca más ante mí. Hoy sé que era porque había algo que deseaba ocultarme, logró esconder de mí durante más de un mes su envidia y la venganza que urdía en su torcida mente para tratar de hacerme daño.
Por eso, cuando pienses si ponerte o no lentes de contacto, yo te diría que no los uses, a no ser que seas corto de vista, porque después de ver a alguien con sus ojos reales ponerse unos lentes del mismo color encima, te das cuenta que más de algo está ocultando, quizás sin querer, quizás porque quiere que no descubran lo que de verdad siente.
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