domingo, 15 de mayo de 2016

La Gorda, Capítulo 2: su loca manera de vestir como flaca.


Podríamos hablar mucho de su problema de obesidad que casi se volvió en una obsesión para mí en esos años.
Cualquiera creería que una persona gorda come mucho y listo, pero eso en ella no era todo, pues su gordura estaba rodeada de una autocompasión y masoquismo temerario, que nunca he vuelto a ver en otra persona. Yo creo que habría sido capaz de matarse comiendo.
Toda su vida estaba relacionada con la comida, sus temas de conversación con conocidos o extraños eran sobre esto y siempre tenía que tener algo en la boca o algo que comer en la cartera.
Su prototipo de mujer era inalcanzable para ella, pues se imaginaba delgada y esbelta como las modelos. Había probado todas las dietas sin resultado alguno, pues pasados unos días de ayuno casi completo, se hacía unas platadas de tallarines y mucho pan de marraqueta con mantequilla, todo quedaba en suspenso hasta su nueva compulsión por bajar unos quilitos.
Continuamente nos pedía llamáramos solicitando horas a médicos y/o nutricionistas –de esos que conocía en el canal de TV- luego en la sala de espera miraba alrededor y se encontraba con modelos anoréxicas que la deprimían por un rato, pero luego al llegar a la oficina y contarnos sus peripecias nos hacía la pregunta a la que temíamos: “¿Me falta mucho para quedar como la Bolocco?”- Luego nos contaba de una dieta especial que le dieron además de, ejercicios y pastillas. “Todo de nuevo” –comentábamos con las y los colegas-.
Pero el problema a continuación era de dónde sacaba la plata para las pastillas y la comida de dieta, su cuenta siempre estaba en cero –más adelante hablaré al respecto-, aunque un chequecito a fecha la salvaba por unos días al menos –y lo del gimnasio lo explicaré largamente en algún otro capítulo, ya que la historia tiene muchos detalles interesantes-.
Luego nuestra protagonista se iba al supermercado "hiperventilada", con la idea de verse flaca, y llenaba un carro de frutas y verduras, además de todos los artículos Light necesarios. Después llegaba de vuelta al “departamento oficina” cargada de bolsas.
Bueno, eso sólo era la mitad de la historia, pues su refrigerador no duraba más de dos días lleno. Cada vez que pasaba cerca sacaba algo y tragaba tan rápido que las cosas iban desapareciendo a gran velocidad. Y ni hablar si uno dejaba algo en el refrigerador para el almuerzo, se esfumaba también, al menos eso nos sucedía con los jugos, panes y yogures que al comienzo guardábamos allí. Por otra parte la señora que le cocinaba y hacía el aseo, llegaba los martes a dejarle comida para la semana. Luego cuando se iba, ella se sentaba en la cocina, se ponía la olla entre las piernas y cuchareaba rápido, apenas si respiraba, y –como si no la viéramos- se devoraba todo sin calentar siquiera.

La moda flaca
Desde la primera vez que vi a la gorda, me impresioné de su volumen, no me la podía imaginar animando un programa de TV, no porque tuviera algo en contra de la gente subida de peso, sino que porque la ropa que se ponía le quedaba muy apretada. Estaba convencida de que se veía delgada cuando la tela se le ajustaba al cuerpo, por lo que su ropa era de flaca, además de mal combinada y colorinche.
Ella disfrutaba mirándose largo rato al espejo y era parte de su costumbre pedir a quienes trabajábamos con ella, la opinión por la ropa que se ponía. Muchas veces le decíamos lo que realmente pensábamos de sus "tenidas", que no se le veían bien, le recomendábamos usar algo diferente, pero como se enojaba diciendo que no sabíamos de moda como ella –era su fascinación ese tema sobre todo la ropa interior-, terminábamos diciéndole que se veía “linda”.
Su máxima fascinación era vestirse con ropa prestada, sobre todo la que era gestionada para el programa de televisión en cuestión –el que dirigía y animaba-. Y por supuesto, de tanto ponerse ropa muchas tallas menos, le pasaban accidentes, como por ejemplo no puedo olvidar que un día apareció con unos jeans Americanino que le quedaban como “prietas”. De un minuto para otro se rajaron para todos lados, no sabíamos si reírnos por la situación o llorar.
Bueno y continuando con su obsesión por la ropa ajustada y pequeña, otra cosa que intentaba siempre, era ponerse la ropa de sus funcionarias, todas más delgadas que ella, la ropa grande no le interesaba. "¿Ves?, Tu ropa me entra lo más bien"-, decía sin notar que estaba descosido debajo de los brazos o en la cintura. ¡Ay de la que traía una chaqueta o accesorio y lo dejaba por ahí! Ella no perdía el tiempo y se lo “probaba” al tiro. Luego lo dejaba tirado en cualquier lado todo descosido o rajado.
Para complementar sus tenidas usaba pañuelos de seda, sobre todo con figuras grandes o de colores fuertes y junto con ello usaba joyas de fantasía gigantes, collares de perlas que parecían bochas, aros dorados desproporcionados como perillas de cajones, prendedores que parecían luces de discoteca y pulseras con pedrerías plásticas de todos colores que parecían sacadas del techo o de las paredes la casita de dulces del cuento de "Hansel y Gretel".
Para qué decir de las chaquetas que usaba, tornasoles, ojalá plateadas, de raso o seda  y de colores fuertes, como naranjo, verde o morado, decía que esos colores estilizan y que con una chaqueta como esa nadie dudaría que ella era una modelo.
Finalmente de los zapatos podríamos hablar mucho. Como primera cosa, le fascinaban los modelos puntiagudos y con tacos finos, pero no los típicos “tacos aguja”, sino esos tacos artísticos, acinturados al medio o con algún recoveco extraño. Su color favorito: el negro; casi todos iguales y muy estropeados, sin tapilla, y al igual que con la ropa, si eran de alguien más, no importaba que fueran apretados, se los ponía “para acostumbrarse a ellos”. Luego ya no servían más que para ella, deformados por sus pies cuadrados.

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