domingo, 15 de mayo de 2016

El Viajero

Soy de esos viajeros peligrosos. Me subo a un bus y pasa algo.
Si la gente cree que las monjas traen mala suerte, es que no me conocen o no han viajado conmigo, yo soy el infortunio hecho persona.
La primera vez no fue un bus, fue una camioneta, nuestro “camper”, atropellamos a un borracho cerca de Purranque y me saltaron los vidrios en la cabeza, no me acuerdo de nada, pues tenía como 6 meses, todavía tengo algunos por ahí de recuerdo.
Mi primer viaje en bus –en todo caso- no fue mejor que mi primer viaje en camioneta, mi madre me llevó a Temuco en Bus, tenía como un año. Una piedra reventó el parabrisas y nos morimos de frío todo el camino, pues lo parcharon con un plástico.
Pero desde que me fui a estudiar a Santiago, se reafirmó esta particularidad y mi familia y amigos la conocieron tan rápido como yo. Normalmente cuando viajaba para Semana Santa, vacaciones de Invierno, Fiestas Patrias o el Verano a mi ciudad natal Puerto Montt o de regreso, más de alguno recibía mis llamadas a media noche o de madrugada. Que un pinchazo, que se descompuso el motor, que hubo un accidente, menos mal antes, que se desbordó el río y quedamos al otro lado del puente en medio de la ruta 5.
Ustedes pensarán que exagero o son anécdotas, pero no es así, siempre pasa algo al bus donde viajo, sea de la empresa que sea. Menos mal tú no sabrás que viajas a mi lado, o en el mismo bus, por lo menos en un comienzo del viaje, pues no visto de monja.
Pero entre tanta pana, accidente y problemas en la ruta, nunca me pasó algo como aquellas fiestas patrias del 2005.
No soy religioso pero al subirme al bus igual me encomendé a Santa Tato para que me protegiera. Hacía varios años que no nos juntábamos toda la familia para septiembre.
Todo bien desde el principio, no perdí el bus, no chocó el colectivo que me llevaba, no me equivoqué de horario, no se descompuso el metro, ni me subí al bus de la línea equivocada y tampoco partí para el norte en vez del sur.
No me tocó una mosca en el snack, los maníes no estaban pasados, no me mareé, no me dio colitis sin papel en el baño, ni vomité en el pasillo del bus, tampoco me tocó un asiento que no se reclina, ni una señora gorda al lado, ni siquiera había un tipo roncando o guaguas lloronas.
Todo iba demasiado bien hasta que por la 8ª Región empezamos a entrar en una espesa neblina, creo que era por Los Angeles.
No sé por qué me desperté justo en ese momento -si antes ya todo estaba demasiado tranquilo- quizás mi propio nerviosismo de la normalidad de un viaje a lo desconocido.
Los viejos ya no me habían vuelto a llamar para asegurarse de que estaba bien, seguramente hacía rato que dormían... no... mi madre se pasaría en vela pensando e imaginando situaciones intrincadas.
Si supiera que estoy en medio de la neblina, ya habría ido a carabineros a pedir que en algún lado detengan el bus para que me baje... pero en qué más puede viajar un estudiante que en un pullman.
No sé por qué me tocó asiento en primera fila, quizás para que no me quede dormido. ¡Ay! la niebla, si no se ve nada, y el chofer va a cien, no sé por qué no suena la chicharra anunciando que se pasa en diez kilómetros la velocidad. Es tercera vez que el auxiliar me viene a cerrar la cortina para que no me dé cuenta que van tan rápido.
Al sentir el frenazo, me agarré de lo que pude, es normal, ya tengo experiencia en buses, menos mal que esta vez no se dio vuelta.
Para qué decir la gritería que se armó, la gente gritaba como loca, pedían bajar... yo tranquilo, agarrado al asiento, tenía claro que lo peor no había llegado aún.
¡Paf!
¡Tremendo golpe!
¡Medio choque!
¿...o atropello?
No me quedó claro, pero golpeamos algo que había en el camino... algo muy grande.
Corrí la cortina mientras los pasajeros corrían por el pasillo buscando la ventana de emergencia entre una gritería infernal y yo... no lo podía creer.
Abrí muy bien mis ojos para enfocar.
No había chofer, ni auxiliar, en su lugar había una gran vaca blanco con negro dando sus últimos mugidos.
¿Viajemos de vuelta?

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